puro oficio
de mirada:
asesinar los ojos
y exigir
que el guiño
te destete
del escote.
llegas
justo en la hora
que derrota
las rutinas de otro amor.
y me confieso rehén de una historia
que he repetido
mientras espero.
solsticio y madeja tu mirada,
oráculo al que no atrevo preguntar
si hay certeza en el vacío
o si voy de lleno.
imagen obtenida de:
Debería levantarme. La cocina está sucia, el baño necesita limpieza y necesito hacer compras. Ya mismo.
Es el calor que me tiene así. No me dan ganas de hacer nada. Monotonía. ¿Por qué le dirán así? Los monos son muy activos. Debería buscar la etimología. Pronto.
Debería levantarme. Tanto que hacer…
como péndulo
tu lengua en mi sexo
oscila
y hago preguntas
a ver lo que su vaivén responde.
travieso el marullo,
se vuelca mi carne en la tuya
-tu carne en la mía.
y el sabor a sal en la otredad
sazona tu beso.
¿hacen falta respuestas
si tengo tu boca?
hago inventario
de todas las caricias que deben mis manos a tus ojos.
acaso aproximo
este silencio dactilar
a la dermis de tu voz
y suave albergo
un susurro en el eco de tu roce.
sucede
que contabilizo las maneras en que he de tocarme en tu mirada,
la acrobacia y el pulso agitado
que devienen en mi pecho
al imaginarme desvestida en tu palabra,
poblada en tu boca
y a esa posibilidad de ser infinita
si eres tú quien me lees
y si soy yo quien te leo en mí pronunciada.
tú yo: otra,
una sílaba que se mece en mi vientre
graficando una maternidad prestada,
la que me regalas cuando llegas.
y yo te doy paso
dispuesta a habitar el hueco
-ese abismo de nombres que conmueve.
por eso fecundo de abrazos tu llegada,
me despido de la espera:
nosotras amantes,
vida,
palabra,
un gemido que se cuela por cada resquicio
para hacer inventario
de toda la oscuridad que nos resta por tocar.
para hablar de ciudad
tendría que hablar de tu cuerpo,
de cómo las esquinas
se hacen y deshacen
en el cruce inevitable de tus pasos y los míos.
acaso la periferia te esconde
en lo orgánico de un rincón desandado por mis dedos,
a oscuras y a solas.
para hablar de ciudad,
tendría que hablar del silencio,
de cómo he aprendido a recorrer
los mapas invisibles,
tus suburbios,
el jadeo,
el margen de tu mirada
y la humedad en el trópico
de tu calor en el mío.
y todo siempre me remite al centro,
entonces ya no hay orden,
cardo y decumano liman asperezas,
se dobla el tejido en la pirueta de la noche,
todo tiembla.
es que para hablar de ciudad
tendría que hablar de cómo se puebla,
del vaivén desatado entre dos en la habitación,
el el balcón,
en la sala,
en privado y en público:
en cada célula.
dos a todas horas
multiplicando la humanidad.
para hablar de ciudad
tendría que hablar de mi cuerpo,
de cómo has deshecho las esquinas
y a oscuras y a solas
mis manos trazan
tu camino.
en ese instante
los espacios se abren,
se urbaniza el deseo
y yo te estudio en la migración
viscosa que se enhebra de tu beso.
y no
no soy antropóloga,
simplemente sé que para hablar de ciudad,
tendría que hablar de tu cuerpo.
las cartas dicen
que has llegado para quedarte,
que tienes una facilidad líquida para los resquicios.
no,
no te aducen mal presagio
o futuros angosotos en mi cuerpo,
llegas por la puerta ancha
con mirada cálida,
manos grandes
y ojos atentos.
y quisiera
escalarte la duda de mirarme o no mirarme,
por eso te desteto de mi escote
con un guiño y un saludo.
despreocupa,
no serán fríos mis brazos
si te cobijo en el hogar recién abierto,
si ubico mi susurro en tu labio
o en tu sexo,
como hallándome en libertad,
aunque eso signifique atemperar mi piel
a la sombra de tu barba en el umbral de una caricia.
y es que las penas de abismo
ahora se extinguen
cuando escucho en tus manos mi nombre.