A todos los seres machistas y ecogéntricos que conviven en nuestro ámbito laboral día a día;
a TODAS las mujeres que probamos que ese ego solo disfraza la mediocridad y el miedo detrás de toda palabra hiriente.
Presentó las razones de su partida:
- La realidad del caso es que no estoy haciendo nada de lo que estudié en este trabajo y quiero darme la oportunidad de crecer en mi profesión. Lo que me han ofrecido me parece justo y me entusiasma. Por eso le comunico que me voy y le brindo la cortesía de dos semanas para que pueda conseguir a alguien que ocupe mi puesto.
No hubo contraoferta, por el contrario, en su cara se fue cartografiando entre arruga y arruga el malestar.
- Bueno, pues respeto su decisión, pero déjeme decirle una cosa...
Lina había repasado en su mente, casi matemáticamente, la combinación de sapos y culebras que podrían salir por aquella boca. Pero nada la había preparado para lo que iba a escuchar.
No supo qué le ofendió más: que le dijera que ella no servía para esa profesión; que mejor estudiara abogacía; que en esa profesión las mujeres no sirven –sí, como lo leen- y que considerara algo más ‘de nenas’; que no podría pasar sus exámenes de reválida; que no daba el grado ni de office manager-como si ella estuviera esforzándose para serlo...En fin, poco faltaba para tener el descaro de argumentar que esa oficina era lo mejor que habría de pasarle en su vida y que debía estar agradecida por haber tan si quiera pisado ese lugar. Después de esta demostración de claro discrimen apto para radicar un caso más en el Departamento del Trabajo, Lina sonrió y con una paz que ninguno de los dos se sospechaba le dijo:
- Esa es su opinión, pero tanto usted como yo nos graduamos con los mismos requisitos, lo cual prueba que ambos tenemos la capacidad de desempeñarnos de igual manera en la misma profesión. Y si hay pocas mujeres en nuestra círculo profesional es por personas como usted que no promueven nuestro crecimiento dentro del ambiente y lo que instigan es un machismo generacional, coartando las verdaderas oportunidades de hacer una labor digna...por eso nos guardan en las oficinas, por miedo.
El pobre infeliz calló, tornóse su cara roja: no supo dónde meterse. Gagueó: de seguro le retorcía que una mujer, con sutileza y tacto, hubiese logrado calar más hondo que él con sus palabras y demostraciones de machismo ad hoc. Aquel pobre hombre..el muy infeliz vivía con tanto miedo de la competencia o perder su dinero, que la única manera de sobrellevar una situación era proyectando su propio miedo sobre las firmes decisiones de los demás. Desarmado de razón y sin saber qué decir, tragó su orgullo y preguntó la fecha de partida, mientras su mal humor dibujaba, subcutáneo, otra línea más para la colección.
Moraleja:
La educación y los buenos modales no se hacen con dinero gente. Son valores que se aprenden en casa.
foto obtenida de: http://www.witaf.at/NEWS/schwarzesbrett/061013-14_EGO/ego.jpg