Hace ya algún tiempo, tengo un sueño recurrente. No sé de qué forma ha llegado a colarse casi a diario en mi jornada nocturna. Comencé a tenerlo hace más o menos unas dos semanas atrás, la misma noche en que llegué de la apertura de la exhibición del Tribunal Supremo. La primera noche que soñé con él, se lo achaqué a la bebida -soy pésima bebedora y hace tiempo no tomaba. Ya las subsiguinetes noches, notando la persistencia de la imagen, he comenzado a achacar al sueño otras razones: una de ellas es la profunda admiración que siento por él.
Se revierte todo al mismo lugar: el puente sobre la fina placa de agua en el tribunal y enormes esferas blancas flotando, graciosamente, algo así como bolas de playa gigantes. El llega a la fiesta, vestido de negro. Yo entro sola: no voy de negro, prefiero el turquesa y unos tacones de aguja fina. Al cruzar el puente, no nos dejamos de mirar. Sé que he visto su cara antes, algo en él me es muy familiar. Sé que me reconoce, aunque no haga gesto que lo descubra. Yo no corro la misma suerte, mi cara no discimula. La insistencia del ojo vuelve mi cuello hacia atrás y no puedo evitar observar, sonreir. El también me observa. Hay un hilo fino que une sus ojos con la tensión de su quijada. Habla invariablemente con gente de apellidos demasiado largos o raros como para ser pronunciados. Yo simplemente ayudo al curador de la exhibición, como asistente que soy, cuando hay que responder a la prensa alguna pregunta sobre el diseño. De vez en vez miro de soslayo. Nunca llegamos a hablar, pero sé que cada cual intuye las intenciones del otro. El vino descompone la compostura poco a poco y justo cuando decido a acercarme a hablar, despierto.
No entiendo el por qué del sueño o qué significa. Lo que sí puedo asegurar es que cada vez que termina, siento como un vacío, como si estuviera esperando la compleción de algo que queda absurdamente inconcluso: el encuentro del desencuentro...pero es sólo un sueño!!! ¿Será posible lograr esto?